Cuando pensé en un logotipo para mi trabajo, sabía que quería algo que hablara de autenticidad, de unicidad, de aquello que nos hace únicos e irrepetibles. Así fue como llegué a la idea de la huella digital.
Cada persona tiene una huella distinta, una marca que no se repite en nadie más. Así como nuestras huellas dactilares son únicas, también lo es lo que tenemos para ofrecer al mundo. No me refiero a un «don» en el sentido extraordinario, sino a esa capacidad, esa inclinación, esa manera de ver, de hacer, de sentir que cada uno lleva consigo. Y lo interesante es que muchas veces no somos plenamente conscientes de eso. Pero el no ser conscientes no significa que no lo estemos compartiendo.
A lo largo de la vida, sin darnos cuenta, dejamos nuestra marca en los demás. Nuestras virtudes, nuestras formas de pensar, nuestras actitudes van tejiendo un hilo invisible que influye, enseña, transforma. Y, por supuesto, todo empieza por nosotros mismos. Aquel que puede observar su propia vida con atención, aquel que se permite cuestionarse y aprender de su propio camino, crece y se descubre a sí mismo en cada paso.
Vivimos en un mundo donde todo parece estar estandarizado. Incluso la rebeldía viene con un molde que seguir. Pero yo quiero que tanto mis piezas de joyería como este blog y mi vida cotidiana sean una forma de comunicar quién soy, sin necesidad de encajar en un esquema predefinido.
Cada joya que hago es un intento de plasmar esa idea. No fabrico en serie, no busco la perfección idéntica, sino la expresión genuina. La huella en mi logotipo no es solo un símbolo gráfico; es un recordatorio de que lo más valioso que podemos ofrecer es aquello que nos hace únicos, aunque muchas veces ni siquiera lo notemos.